Escrita por Antonio Negri | Traducida por Jaime Serrano (Contrapoder) | Extraida de Uninomade
Querido A.,
De verdad -cuando, hace veinte años, eras mi alumno en Paris 8– no habríamos podido imaginar que la revolución tunecina habría tenido tales características y que habría planteado problemas constitucionales análogos a los de un vuelco social y político en centro Europa. Entonces estudiábamos juntos la expulsión de la clase obrera de las minas de fosfatos en el sur de Túnez, causante de grandes oleadas de migración interna y externa, así como el lento proceso de transformación que las deslocalizaciones de los sectores textiles europeos determinaban en tu país. Tu a duras penas me mostrabas las potencialidades productivas de tu país, mas allá, justamente, de la actividad textil o de la industria del turismo o de los servicios del gas y del petróleo (que solo mas tarde alcanzaron una cierta expansión). Todo ha ido terriblemente deprisa.
Hace veinte años balbuceábamos sobre globalización y hoy está ya, hasta el punto de que Túnez se ha convertido en una provincia de Europa y, con ella, del mundo. Hace veinte años apenas percibíamos la transformación del trabajo de industrial a inmaterial/cognitivo y hoy día Túnez conoce una sobreabundancia de ésta última figura de fuerza-trabajo. Y todavía, después de veinte años, nos encontramos con las terribles transformaciones que el neoliberalismo ha impuesto sobre los y encima de los cambios de la figura del mercado y de la naturaleza de la fuerza-trabajo: el fin del sistema salarial clásico, y con él un mortífero desempleo de masa y una insostenible precariedad –el 35% de la población joven es fuerza-trabajo cognitiva pero solo el 10% trabaja; además, en Túnez, se han desencadenado y acumulado destrucciones de las primicias del Estado de Bienestar, desigualdades regionales feroces, efectos desastrosos de los procesos migratorios (tanto de los que se consiguieron llevar a cabo como de los que fueron interrumpidos), bloqueo de las inversiones del exterior, etc. En fin, estos últimos veinte años nos han regalado la consolidación de una dictadura mafiosa, una corrupción incontenible y un sistema represivo astuto y cruel (astuto para seguir y legitimarse basándose en los miedos occidentales de una amenaza islamista, cruel porque fue sencilla y claramente dominio de clase, explotación y opresión de potentados corruptos contra los trabajadores y la gente honesta).
De verdad -cuando, hace veinte años, eras mi alumno en Paris 8– no habríamos podido imaginar que la revolución tunecina habría tenido tales características y que habría planteado problemas constitucionales análogos a los de un vuelco social y político en centro Europa. Entonces estudiábamos juntos la expulsión de la clase obrera de las minas de fosfatos en el sur de Túnez, causante de grandes oleadas de migración interna y externa, así como el lento proceso de transformación que las deslocalizaciones de los sectores textiles europeos determinaban en tu país. Tu a duras penas me mostrabas las potencialidades productivas de tu país, mas allá, justamente, de la actividad textil o de la industria del turismo o de los servicios del gas y del petróleo (que solo mas tarde alcanzaron una cierta expansión). Todo ha ido terriblemente deprisa.
Hace veinte años balbuceábamos sobre globalización y hoy está ya, hasta el punto de que Túnez se ha convertido en una provincia de Europa y, con ella, del mundo. Hace veinte años apenas percibíamos la transformación del trabajo de industrial a inmaterial/cognitivo y hoy día Túnez conoce una sobreabundancia de ésta última figura de fuerza-trabajo. Y todavía, después de veinte años, nos encontramos con las terribles transformaciones que el neoliberalismo ha impuesto sobre los y encima de los cambios de la figura del mercado y de la naturaleza de la fuerza-trabajo: el fin del sistema salarial clásico, y con él un mortífero desempleo de masa y una insostenible precariedad –el 35% de la población joven es fuerza-trabajo cognitiva pero solo el 10% trabaja; además, en Túnez, se han desencadenado y acumulado destrucciones de las primicias del Estado de Bienestar, desigualdades regionales feroces, efectos desastrosos de los procesos migratorios (tanto de los que se consiguieron llevar a cabo como de los que fueron interrumpidos), bloqueo de las inversiones del exterior, etc. En fin, estos últimos veinte años nos han regalado la consolidación de una dictadura mafiosa, una corrupción incontenible y un sistema represivo astuto y cruel (astuto para seguir y legitimarse basándose en los miedos occidentales de una amenaza islamista, cruel porque fue sencilla y claramente dominio de clase, explotación y opresión de potentados corruptos contra los trabajadores y la gente honesta).